sábado, 21 de febrero de 2009

La llave del destino 07: En la estatua

Eran las doce y Adrián llevaba media hora esperando delante de la estatua. Esa tarde quiso dormir para volver a tener un sueño que le ayudase a descifrar el enigma pero, debido a los nervios que dominaban su cuerpo, no pudo hacerlo. Alos cinco minutos llegó Carlos y, quince minutos después, lo hizo el anciano.
Cuando los tres se hubieron reunido ordenaron las pistas que tenían: el símbolo, la llave, la puerta secreta de la estatua. Lo primero que debían hacer era encontrar la puerta, después ya decidirían sobre la marcha.
Empezaron a buscar la cerradura, pero la estatua era bastante grande, así que les llevó su tiempo encontrarla. La puerta estaba muy disimulada, y era pequeña, así que tuvieron que entrar agachados. El interior estaba hueco y, en el centro, habría una trampilla. La abrieron y descubrieron una escalera que bajaba a lo que parecía ser un sótano. Para comprobar la profundidad lanzaron una piedra, parecía que había bastantes metros de altura.
Carlos se quedó arriba para vigilar que nadie les siguiera y, Adrián y José Luis bajaron las escaleras.

lunes, 16 de febrero de 2009

La llave del destino 06: El anticuario

Al día siguiente, Adrián se despertó e hizo todas las tareas de la casa rápidamente para que, cuando llegase su amigo, pudiesen ir al centro comercial sin perder tiempo.
Carlos llegó a las diez a casa de Adrián y a los veinte minutos ya habían aparcado el coche en el aparcamiento y se dirigían hacia la tienda de antigüedades.
Allí, Adrián sacó el libro de su mochila y se lo mostró al hombre, que pareció extrañado de nuevo. Entonces, después de dar un fuerte suspiro, les contó lo que sabía sobre el libro y la llave:
-Sucedió hace unos siete años. Yo iba tranquilamente paseando cuando le di despistadamente una patada a algo, bajé la vista y allí estaba la dichosa llave que tantos problemas me trajo después. Decidí llevarla a mi tienda y juntarla con las demás llaves viejas que tenía, pero no se me ocurrió lo que eso me supondría en un futuro.
>>Esa misma noche empecé a tener extraños sueños. Nunca eran iguales pero, en todos ellos, aparecían una caja, una llave y una puerta acompañados de una extraña voz que me decía cosas sobre que buscase la caja y la manera de abrir la puerta. Sí, el libro que salía en mis sueños es éste que me traes, nunca antes lo había visto fuera de mis sueños. La única pista que yo tenía era una estúpida llave. Maldito fue el momento en que la recogí del suelo. Cansado de esos sueños y de pensar qué podía hacer, empecé a dejar de tener ganas de dormir. Eran frecuentes las ocasiones en que pasaba días sin pegar ojo. He tenido esos sueños durante años hasta el día de hoy.

Después de la historia que les contó el hombre, Adrián abrió el libro por la página de la llave y la frase en latín y se la enseñó al vendedor de antigüedades. El hombre les dijo el significado de la fase: La llave que abrirá la puerta del ángel.
No sabían a que ángel se refería el libro. Nunca antes habían oído hablar sobre un ángel que tuviese una puerta. Pero entonces a Carlos le pareció recordar algo.
-¿Dice usted que encontró la llave hace siete años? Adrián, hace siete años que nos conocimos, y fue delante de la estatua de un ángel que tenía un libro en las manos.
-¡Hostia! Es verdad. Ya me parecía a mi que el símbolo del libro lo había visto antes, estaba dibujado en el libro de la estatua. Señor, ¿quiere usted acompañarnos? Necesitaremos su ayuda, ha tenido esos sueños durante muchos años y, si descubrimos el secreto que se esconde detrás de ellos, quizás dejemos de tenerlos los dos.
-Está bien, supongo que puedo ser de utilidad, mi nombre es José Luis.
Al acabar la charla decidieron que esa misma noche los tres se verían en la plaza en la que antiguamente se encontraba el restaurante de los abuelos de Adrián.

miércoles, 11 de febrero de 2009

La llave del destino 05: El interior

Al llegar a casa Adrián dejó la compra en la cocina y, tropezando con todo cuanto había en su camino, se dirigió a toda velocidad a su habitación y sacó la caja de debajo de su cama. El corazón le latía con fuerza, estaba impaciente. Antes de intentar abrirla respiró profundamente e introdujo la llave en la cerradura. La llave encajó perfectamente pero, al intentar darle la vuelta, no giró.
Frustrado se tumbó en la cama y empezó a darle vueltas a la cabeza. Había estado tan convencido de que la llave era la correcta, de que la caja se abriría.

Todo oscureció, seguía tumbado y tenía la vista perdida. No podía distinguir nada, hasta que giró su cabeza hacia su izquierda y vio la caja ahí. Quería incorporarse para intentar abrirla, pero una extraña fuerza invisible le impedía hacerlo. Giró la cabeza, decepcionado, y empezó a desesperarse. Esa estúpida caja se había convertido en su obsesión, no podía dejar de pensar en ella.
Silencio, oscuridad, nada, nada durante un lapso de tiempo indeterminado. Entonces la oscuridad desapareció de golpe, una luz iluminaba la estancia. Se giró y vio la caja abierta, de ella salía una luz intensa, pero seguía sin poder moverse y no pudo mirar el interior. Entonces intentó gritar, pero una voz apagó su grito: Usa la llave. Lo he hecho, pero la llave no es la correcta, pensó. ¿Cómo sabes que la llave no es la correcta? Quizás sea la cerradura la incorrecta. Entonces la luz se desvaneció y la caja se cerró con un golpe seco.

Abrió los ojos, otro sueño. Pero esta vez lo recordaba, y no sólo eso, también recordaba con todo detalle el anterior. Saltó de la cama y sacó la caja. Pensaba que era una estupidez intentar abrirla, ya lo había intentado anteriormente y no había ninguna evidencia que indicase que esta vez se abriría, pero algo en su interior le decía que debía intentarlo, que esta vez se abriría. Así que lo hizo y, esta vez, se abrió.
En el interior había un gran libro del mismo color blanco y con el mismo reloj de arena plateado, pero no había nada escrito en las tapas, así que lo abrió. La primera página estaba en blanco, pasó a la segunda: en blanco, tercera página: nada, cuarta página, quinta, décima página, veinte páginas, cien, doscientas; nada en ninguna de ellas. Cansado de tantos acertijos lanzó el libro contra la pared y, cuando las tapas tocaron el suelo, lanzó un chillido ensordecedor: el libro había caído abierto y parecía que en una de sus páginas había algo escrito. Se lanzó hacia el libro sin pensarlo dos veces y leyó la pequeña frase que había bajo el dibujo de una pequeña llave: Clavis, quae angeli portam aperiet.
Esas palabras parecían escritas en latín, asignatura que nunca había dado en el Instituto. Se pasó horas pensando qué significado podían tener esas palabras. Fue después de llamar a Carlos y explicarle todo lo sucedido cuando recordó la cara que había puesto el anticuario al coger la llave. Decidió que al día siguiente iría de nuevo al centro comercial y Carlos había parecido muy interesado en ese misterio, así que decidió pedirle a su amigo que lo acompañara.

lunes, 9 de febrero de 2009

La llave del destino 04: En el centro comercial

Al llegar al centro comercial aparcaron y se dirigieron hacia el supermercado. Cuando compraron todo lo que Adrián necesitaba fueron a dejar las bolsas al coche y pasearon por las tiendas del lugar. Entre risas y alegría escucharon música y miraron videojuegos en la tienda de discos, probaron diferentes butacas en la sección de muebles e incluso se probaron ropas antiguas en una pequeña y vieja tienda de antigüedades.
Después de descargar toda su energía riéndose con los extraños trajes que Carlos se ponía, se acordó de la caja que tenía debajo de su cama y, movido por un extraño instinto, le preguntó al dueño de la tienda si tenía llaves. El viejo hombre le respondió que sí y le sacó un enorme baúl. En él había llaves de todas las formas y tamaños: llaves antiguas de dimensiones descomunales, pequeñas llaves sin peculiaridad alguna, llaves para candados, llaves plateadas, llaves doradas,… Cuando ya había perdido toda esperanza y le dijo al hombre que las guardase, le pareció ver de reojo un pequeño destello y, gritando, le dijo al hombre que no guardase la caja a la vez que se abalanzaba hacia ella y cogía una pequeña llave plateada. El hombre le dio la llave pero, aunque Adrián no dijese nada, se dio cuenta de la extraña reacción del anciano.